¿Sabías que las nuevas tecnologías han disminuido la tolerancia a la frustración?

Tanto internet como los nuevos medios tecnológicos han cambiado mucho nuestro estilo de vida. Ahora somos personas con mucha más capacidad de conexión a otras, estamos pendientes casi en todo momento de lo que sucede a los demás y nos vemos obligados a manejar grandes volúmenes de información. Como cualquier otro avance, esto tiene consecuencias positivas y negativas prácticamente en la misma proporción.

Pero dentro de todo lo que han hecho cambiar nuestro mundo merece la pena pensar y reflexionar sobre las repercusiones que tienen en la mente infantil. Y las consecuencias derivadas de esto, con especial atención al entorno educativo.

Los niños de ahora se ven expuestos a gran cantidad de estímulos (auditivos, táctiles y visuales) desde edades muy tempranas. A los padres apenas nos ha dado tiempo a asimilar el gran cambio que han supuesto la irrupción permanente de pantallas cuando nuestros hijos están ahora constantemente viendo televisión jugando con el ordenador, la consola o el móvil. Parece que ya no hay otras actividades que realizar y las pantallas nos comen terreno. Pero no sólo son las pantallas las que han producido este gran cambio.

También la facilidad de acceso a internet desde cualquier dispositivo ha generado un gran cambio social que acarrea diferencias comportamentales en los niños y que se debe básicamente a la inmediatez de la información. Ahora mismo, se han reducido los tiempos de espera para todo: los niños ya no saben qué es esperar a que algo suceda. Cualquier cosa que deseen ver o saber la tienen en un click delante. No necesitan esperar para nada. Además, están aprendiendo desde edades muy tempranas a mantener de manera prolongada una atención dividida y cambiante que salta de una información a otra.

Esto tiene una gran relevancia en la educación. Los niños no ejercitan el foco de atención ni la atención sostenida. Ahora se potencia la atención dividida. Parece lógico pues pensar que el sistema tradicional de escuela resulta desfasado de las capacidades que presentan o, al menos, que debe adaptarse a las nuevas habilidades o potenciar de manera explícita algo que antes se daba solo.

Una vez que los niños crecen y llegan a la adolescencia, el contacto constante con otros crea unas necesidades de control desmedidas en todos los sentidos: de los padres hacia los hijos, de los hijos hacia los padres y de los chicos hacia sus compañeros. En cuanto alguien no atiende una llamada de móvil se produce un cataclismo y rápidamente miramos a ver si ha recibido nuestra llamada o nuestro mensaje. Esto aumenta la ansiedad y disminuye enormemente la tolerancia a la frustración. Parece difícil dejar de controlar qué hacen otros a cada segundo y nos angustiamos en cuanto no recibimos noticias. Los acontecimientos se monitorizan minuto a minuto y nos resulta cada vez más difícil adaptarnos a los cambios imprevistos de última hora.

Las crisis adolescentes se ven multiplicadas y aumentadas con esta capacidad de conseguir información de cualquier lugar del mundo, en cualquier momento. No son pocos los adolescentes que se acuestan con el móvil o la tablet y se quedan viendo cosas o chateando hasta altas horas de la madrugada. Al mismo tiempo, pueden compartir su dolor, su malestar y sus penas con cualquier persona (normalmente desconocida) que contactan a través de la web…

No se trata solo de echar leña sobre los inconvenientes de este boom tecnológico sino, más bien, de hacernos conscientes de las consecuencias psicológicas que tienen en nosotros y, más en concreto, en los niños. Así no nos sorprenderán determinados sucesos y podremos estar prevenidos para paliar la falta de algunas habilidades como la atención sostenida, la concentración o la tolerancia a la frustración. Los avances suelen aportar tanto ventajas como inconvenientes. La solución no pasa por negarlos o cerrarse en banda pero sí tratar con cuidado estos nuevos instrumentos que aparentemente nos facilitan la vida.

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